Para comprender el nacimiento del Canal de Castilla hay que situarse
en la Castilla de principios del siglo XVIII. Una región prácticamente aislada
del resto del país por una serie de condicionantes geográficos e históricos.
La cuenca del Duero |
Geográficamente la región castellana es una gran cuenca sedimentaria
atravesada por el río Duero y rodeada por un largo cinturón montañoso. La
Cordillera Cantábrica por el norte, el Sistema Central al sur, y el Sistema
Ibérico al este forman una barrera casi infranqueable que, con los medios de
transporte existentes en esos años, impedía unas comunicaciones mínimamente
aceptables. Hacia el oeste se localiza la única zona en la que no existe una
barrera infranqueable de carácter montañoso y por donde el río Duero encuentra
su salida natural al océano. Hubiera sido lógico elegir esta vía para
transportar la producción castellana hacia el exterior.
Pero, y aquí se manifiestan los condicionantes históricos, la
existencia consolidada desde la Edad Media del reino de Portugal, había hecho
surgir una barrera política, que no geográfica, que presentaba más dificultades
que las propias de la orografía. Al no poder utilizar Oporto como puerto
natural de Castilla, se volvió la mirada al Norte, buscando la salida al mar a
través de la Cordillera Cantábrica. De esta forma, los puertos de Laredo,
Castro Urdiales, y sobre todo, Santander y Bilbao, se convirtieron en las
puertos de Castilla.
Desde finales del siglo XV y durante todo el XVI, se desarrollaron los
caminos que desde la ciudad de Burgos, enfilaban hacia los citados puertos. El
próspero mercado que los comerciantes burgaleses habían creado, basado
principalmente en la exportación de la lana de las ovejas castellanas con los
países del norte de Europa favoreció el trazado y la conservación de unas
complicadas vías de comunicación que salvaban la Cordillera Cantábrica por los
puertos de Orduña y Los Tornos.
Pero cuando este comercio entró en crisis, los caminos se fueron
abandonando poco a poco y llegaron al siglo XVIII sumidos en un total olvido.
La mayoría carecían de pavimento, no contaban con buenos puentes y en tiempo de
lluvias se hacían intransitables para el tráfico de carretas. Esta situación
relegó el transporte casi en exclusiva a las poco rentables caballerías y
mulas. Todas estas circunstancias convertían el transporte terrestre en una
actividad desesperadamente lenta y cara, sobre todo para los productos agrarios
- muy voluminosos y pesados - que eran el principal objeto de comercio de la
región castellana. El incremento de costes por el transporte hacía que
resultasen más baratos los granos franceses llegados por mar al puerto de
Santander que los conducidos por tierra, a través de las montañas, desde la
misma Palencia.
A mediados del siglo XVIII comienza a verse la salida a este desolador
panorama. Bajo el impulso de unos cuantos políticos ilustrados, con el Marqués
de la Ensenada a la cabeza, se intentó sacar a España de su secular atraso
económico. Siguiendo el modelo de otros países europeos como Francia e
Inglaterra, esta recuperación se quiso fundamentar en la mejora de las
comunicaciones interiores a través de la construcción de una importante red de
canales de navegación. En el caso concreto de la región castellana el objetivo
prioritario era conectar los centros de producción rurales con los puntos de
consumo urbanos favoreciendo un mercado regional de productos agrícolas.
También se pretendía superar el aislamiento con el exterior para promover la
exportación de sus excedentes cerealísticos y, en caso de escasez y para evitar
las habituales hambrunas, la importación de los cereales extranjeros que
alcanzaban con relativa facilidad las costas españolas.
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