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martes, 22 de julio de 2014

Un poco de historia

Para comprender el nacimiento del Canal de Castilla hay que situarse en la Castilla de principios del siglo XVIII. Una región prácticamente aislada del resto del país por una serie de condicionantes geográficos e históricos. 


La cuenca del Duero
Geográficamente la región castellana es una gran cuenca sedimentaria atravesada por el río Duero y rodeada por un largo cinturón montañoso. La Cordillera Cantábrica por el norte, el Sistema Central al sur, y el Sistema Ibérico al este forman una barrera casi infranqueable que, con los medios de transporte existentes en esos años, impedía unas comunicaciones mínimamente aceptables. Hacia el oeste se localiza la única zona en la que no existe una barrera infranqueable de carácter montañoso y por donde el río Duero encuentra su salida natural al océano. Hubiera sido lógico elegir esta vía para transportar la producción castellana hacia el exterior.

Pero, y aquí se manifiestan los condicionantes históricos, la existencia consolidada desde la Edad Media del reino de Portugal, había hecho surgir una barrera política, que no geográfica, que presentaba más dificultades que las propias de la orografía. Al no poder utilizar Oporto como puerto natural de Castilla, se volvió la mirada al Norte, buscando la salida al mar a través de la Cordillera Cantábrica. De esta forma, los puertos de Laredo, Castro Urdiales, y sobre todo, Santander y Bilbao, se convirtieron en las puertos de Castilla.

Desde finales del siglo XV y durante todo el XVI, se desarrollaron los caminos que desde la ciudad de Burgos, enfilaban hacia los citados puertos. El próspero mercado que los comerciantes burgaleses habían creado, basado principalmente en la exportación de la lana de las ovejas castellanas con los países del norte de Europa favoreció el trazado y la conservación de unas complicadas vías de comunicación que salvaban la Cordillera Cantábrica por los puertos de Orduña y Los Tornos.

Pero cuando este comercio entró en crisis, los caminos se fueron abandonando poco a poco y llegaron al siglo XVIII sumidos en un total olvido. La mayoría carecían de pavimento, no contaban con buenos puentes y en tiempo de lluvias se hacían intransitables para el tráfico de carretas. Esta situación relegó el transporte casi en exclusiva a las poco rentables caballerías y mulas. Todas estas circunstancias convertían el transporte terrestre en una actividad desesperadamente lenta y cara, sobre todo para los productos agrarios - muy voluminosos y pesados - que eran el principal objeto de comercio de la región castellana. El incremento de costes por el transporte hacía que resultasen más baratos los granos franceses llegados por mar al puerto de Santander que los conducidos por tierra, a través de las montañas, desde la misma Palencia.


A mediados del siglo XVIII comienza a verse la salida a este desolador panorama. Bajo el impulso de unos cuantos políticos ilustrados, con el Marqués de la Ensenada a la cabeza, se intentó sacar a España de su secular atraso económico. Siguiendo el modelo de otros países europeos como Francia e Inglaterra, esta recuperación se quiso fundamentar en la mejora de las comunicaciones interiores a través de la construcción de una importante red de canales de navegación. En el caso concreto de la región castellana el objetivo prioritario era conectar los centros de producción rurales con los puntos de consumo urbanos favoreciendo un mercado regional de productos agrícolas. También se pretendía superar el aislamiento con el exterior para promover la exportación de sus excedentes cerealísticos y, en caso de escasez y para evitar las habituales hambrunas, la importación de los cereales extranjeros que alcanzaban con relativa facilidad las costas españolas.

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